Se asoma una transformación de comportamientos estratégicos tras la pandemia para donar a quienes realmente demuestren un impacto social.
Existe una sinergía entre la economía colaborativa y la filantropía que a raíz de la pandemia urge analizar. En especial desde el espectro de las entidades sin fines de lucro y las empresas sociales. Según Basch (2018), este término de economía colaborativa es un paraguas de perspectivas alternativas al business as usual, a la sociedad de mercado tradicional, que se relaciona con muchas otras miradas alternativas circulantes. El punto de inflexión del ecosistema está caracterizado por el despunte de las actividades del ecosistema sin fines de lucro y empresarial creativo dentro de la economía colaborativa y su impacto en el devenir del desarrollo filantrópico.
Es de conocimiento público que las entidades no lucrativas son un sector diverso. Han transformado el entorno social y económico, con un posicionamiento de un 16% del empleo total y produciendo un 6.6% del Producto Nacional Bruto, según el más reciente informe de Estudios Técnicos del 2015. Por otro lado, las empresas sociales son una industria que comienza a generar datos empíricos y revela sus empredimientos. En este caso las industrias culturales son las que mayormente despuntan como empresas sociales. En Puerto Rico existen cerca de 2,500 empresas creativas que su identificación y existencia ha posibilitado la creación de la ley 173-2014 conocida como la ley para Fomentar las Industrias Creativas. Estos datos emergen del esfuerzo de la entidad Inversión Cultural y el Instituto de Estadísticas de Puerto Rico, en representación del sector gubernamental. Actualmente se une a la encomienda empírica el Centro de Economía Creativa.
El tercer sector y las empresas sociales se insertan dentro del concepto de la economía colaborativa y oscilan como parte del circuito de producción, circulación y consumo generando paradigmas sobre la finalidad del bien común. La filantropía como brazo de apoyo económico de este ecosistema debe tener presentes los giros que comienzan a tomar las actividades del ecosistema y, por otro lado, los intereses de los grupos de donantes. Hay tres aspectos importantes que nos ayudan a observar el comportamiento de estos ecosistemas y entender cómo se organizan dentro de una economía colaborativa: el primero responde a conocer si son organismos que modelan una cultura de datos. El segundo es explorar si son transparentes en lo que comunican y, el tercero es entender si son entidades que practican la equidad según el comportamiento organizacional de sus líderes y acciones. Estos elementos son cruciales para educar a todo aquel donante que considere que su aportación no es mantener un statu quo.
Se asoma una transformación de comportamientos estratégicos tras la pandemia para donar a quienes realmente demuestren un impacto social. Así las cosas, la precisión para entender la sinergia entre la finalidad de la economía colaborativa, las entidades sin fines de lucro y las empresas sociales y creativas requiere de un compromiso innovador hacia una filantropía estratégica que propulse la acción de donar o invertir según el mérito dejando atrás el donar por caridad. Urge educar sobre la actividad filantrópica puntualizando en las instancias donde incida el bien colectivo.
Mariely Rivera-Hernández es la directora ejecutiva y fundadora de ChangeMaker Foundation. Es una emprendedora social líder de la aceleradora Pivot que ofrece educación profesional sobre modelos de cultura de datos y comunicación digital anclada en la equidad. Es la creadora de Pivot-ES; podcast para líderes de OSFL y empresas sociales galardonado por los Latin Podcast Award 2020. Esta columna fue publicada en la sección Punto de Vista, El Nuevo Día el 29/12/2021.
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